A pesar de tener diez años, Sasha parece haber rejuvenecido. Está igual que siempre: salta, corre y juega como si fuera una cachorrita. Sale de su casa muy temprano de mañana, y se sienta en medio del campo, para sentir el viento frío en su cara. Luego, camina sigilosamente, tratando de no hacer ruido, para descubrir nuevos vecinos entre los arbustos y las piedras. A través de todos estos años, Sasha sigue protegiendo a su querida familia, siendo fiel a su nombre.